NI UN BAÑO TRANQUILO


No se si te pasará lo mismo que a mi, pero es que la siguiente circunstancia me supera.


Cuando de verdad me meto de lleno en una actividad y la disfruto, cuando más regocijo tengo y en aquellas cuando más celebran mis neuronas una victoria por su reencuentro, caigo de repente en un absurdo enfado conmigo mismo y de una manera desorbitada. Yo qué se, será TDAH. Un buen zarpajazo.


Caída de servidores. Y con ella, enfado por no acudir a esa actividad más a menudo, hasta el punto de dejar caer mi euforia. La fiesta se acaba, el dj apaga la música y se desenrolla la alfombra roja pero hacia la salida en un bucle de dejadez, que se come a todo lo anterior, y vuelve a ganar la partida.


Estaba leyendo un capítulo de un libro que me tenía completamente absorto, entregado. Me iba golpeando, me sentía como una naranja a la que pelan poco a poco y al terminarlo me ha dejado desnudo, con nerviosismo y lágrimas en los ojos. Pero con un placer que pocas veces siento con otros estímulos. Y es que con una buena lectura ocurren estas cosas, hay quién sabe de lo que hablo, cuando te absorbe, cuando te sumerges dentro de ella es darte un baño de espuma (letras) que ni en un spa.


Pues lo mismo ocurre con otro tipo de actividades, tantas como personas somos, supongo. A unos les pasará con una melodía, con una canción. A otras con una escena de cine, con una película. Habrá gente a la que le pase con una conversación (hay personas de carne y hueso que son capaces de provocar eso tan sólo hablando, imagina qué suceso más extraordinario), y habrá a quien le pase todo esto cuando aprende algo.


A esa sensación increíble de disfrute podemos llamarla, no sé, experimentar. Con los sentidos, también con los otros que no hemos “tocado”, como el gusto o el propio tacto.


Basta de imaginarnos que sólo podemos obtener placer al comparar nuestro Instagram con el de los demás, no? Es hora de pasar de los “me gusta” a los “me gusto”.


Me gusto por lo que hago, por lo que siento, pruebo, por lo que experimento.


De no codiciar casas, coches, teléfonos móviles, elementos materiales ni vida de otros. ¿Pa qué?


Intentar saborear lo que tenemos por delante, a lo mejor, con las cosas que desde pequeños nos gustaban podemos alcanzar ese grado de felicidad que te digo. O descubrirlas “de mayor”.


Si no, mejor rendirse a otra derrota, hacer como el menda, que vuelve tan a menudo a estropearlo todo, que necesita pasarlo de nuevo mal para darse cuenta de que es probable que tenga todo lo que necesita por delante, en sus narices. Con suerte se vuelva a remojar. Porque al menos tiene optimismo.


Pero es que pasa una y otra vez, vuelve a ocurrir, yo al menos lo vuelvo a hacer.


Y nada que me supera, que no puedo ni darme un baño de espuma tranquilo.


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