Llevo 2 semanas sin teléfono móvil, resulta que el que tenía
se estropeó y mientras me compro otro y me llega, he decidido no tener uno de
transición sino simplemente, probar de nuevo lo que es vivir sin estar pegado
al teléfono.
¿Desde cuándo no vivimos ligados a un teléfono en el
bolsillo? Yo al menos, ni lo recuerdo.
De lo que me he dado cuenta, como era de esperar es de la
absoluta dependencia que tenemos todos y cada uno de nosotros al teléfono, y
que cuando éste falla, parece una catástrofe, que nos falta algo, como el aire
que respiramos, que nos frustra y nos hace vulnerables. Pero no es así. No
tiene porqué serlo.
Al principio sí sentía la necesidad de tener que mirar el
What´s App, pensar si me estaban hablando, de que me perdería algo importante, alguna
llamada que no podía no contestar… pero no, la vida seguía igual. Tengo que
reconocer que el mayor problema lo tuve para hacer planes, ya que hoy absolutamente
todo se gestiona en línea, ya sea tomar un café, jugar un partido de fútbol u
organizar una cena con amigos. ¿Pero, y la sensación de volver a ir a buscar a
un amigo tocado el timbre de su casa? Y que el padre le diga “te han venido a
buscar”, o que luego nos llamemos al fijo de casa, o simplemente quedemos a una
hora concreta en un sitio. ¡Aunque parezca increíble, sí se puede!
También reconozco que esto ha sido posible en la cercanía
que da un pueblo pequeño, y que en la ciudad hubiese sido mucho más complicado,
pero ha sido una bonita mirada al pasado por lo menos.
Existe una gran sumisión de la sociedad a la tecnología, no somos capaces de organizarnos ni de gestionar nuestra propia vida sin
ella, pero tenemos que pararnos un poco a pensar cuánto bien nos hace y cuánto
no, los riesgos que la misma conlleva (no nos olvidemos de la gente que vive
enganchada a las rrss, lo fácil que es encontrar contenido poco apropiado en
Internet, o lo fácil que se puede hoy en día por ejemplo apostar y la cantidad
de personas que están con cuadros de ludopatía y otras enfermedades derivadas).
En definitiva, seguiremos viviendo como hasta ahora montado
en el tren de la tecnología e ir intentando pillar la misma velocidad a la que
va la sociedad pero sin olvidar que siempre puede uno o una misma realizar una “desconexión”,
aunque esta vez haya sido forzada, que puede venir muy bien para reflexionar,
para descansar un poco del mundanal ruido on line, de no estar pendientes a ver
qué pasa en nuestros múltiples grupos, y sobre todo, de pensar que la tecnología
mal aprovechada, no pocas veces nos roba una de las cosas más importantes que
tenemos en la vida, nuestro tiempo.
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